Reseña de ‘Noria’ en El Imparcial de Oaxaca

  • Publicación de la entrada:30 septiembre, 2020
  • Categoría de la entrada:noticias
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Gabriel Pereyra

En días recientes tuve la inesperada alegría de leer la primera novela de un brillante oaxaqueño nacido en el exilio (en la capital del país). No conforme con su ya destacada carrera musical como concertista de piano, ha desatado también su ímpetu literario escribiendo una historia que me devolvió la fe en nuestra literatura nacional, que hoy parece estar invadida sin remedio —¿cómo culpar a las voces literarias, que nos ayudan a digerir lo indigerible?— de horrores narcopolíticos, agendas oficiales y sentimentalismos somatizados en experiencias sensoriales malogradas, y alardes de erudición anquilosada, disculpada tras el cubrebocas de la parodia.

Noria es el título que ostenta esta breve novela del pianista Juan Antonio Santoyo, publicada bajo el sello editorial independiente Ulterior. El protagonista, un niño a punto de entrar en la adolescencia, viaja con su familia a Acapulco para pasar las vacaciones en la casa de unos familiares, “la casa de Noria”. Lleva clavada la herida de lo que él ya sospecha que puede ser el amor por una compañerita de su escuela. No tiene idea de que esas vacaciones son en realidad todo un viaje de iniciación precisamente en aquellas emociones y sensaciones que su cuerpo y su alma son ahora capaces de experimentar.

Ya instalado en la casa de Noria, el chiquillo padece los dolores del amor a primera vista cuando conoce a Fabiola, una jovencita que también está vacacionando en el bello puerto y que inspira en nuestro protagonista una ilusión romántica que lo inflama al borde de las lágrimas y destapa su creatividad artística —con todo y que apenas es un niño— como la sidra destapa una botella al ser agitada. 

Pero frente al templo de la experiencia casi espiritual cuyos pasillos y rincones todos recorremos sin guía, está el recinto de los cultos más terrenales, los corporales, a donde llegamos de la mano de alguien que nos introduce e infecta. No será diferente con este recién llegado a la edad “de la punzada”. 

Todo ello es narrado en primera persona por el propio muchacho, cuya voz es la de esos genios precoces que cargan con el peso del mundo, lleno de la candidez y la ingenuidad de un pequeño catrín del siglo xix, pero atormentado por sus inseguridades personales y unos ojos que quieren escrutarlo todo. 

Santoyo apostó por un tema que ya inmortalizó a grandes luminarias, pero en nada desmerece a sus maestros y le da a nuestra literatura una ducha tibia y refrescante. Ya estoy esperando su próxima novela.


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