Rafael Vázquez V.*
Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a ustedes, a la UAM y, sobre todo, a Elisabet por permitirme ser parte de esto, que da cumplimiento a muchos sueños y abre las puertas para que muchos otros también puedan soñar.
Y la razón más fuerte por la que estoy en deuda eterna con Elisabet, es porque me haya permitido ser el editor de su primera obra publicada. Y es que eso no es cosa fácil, porque el editor suele ser visto como el ogro que destroza los originales, los mutila, los pisotea y los trastoca mientras el autor trata de defender su bebé como va pudiendo a fin de que vea la luz. De modo que, yo le agradezco a Lizzie toda la paciencia que ha tenido conmigo, particularmente con mi labor como editor, con mis aciertos, con mis yerros, en fin, con todo el proceso de la publicación de San Rafael.
Y quisiera comenzar mi intervención haciendo notar algo en las primeras líneas del texto, que, si ponen atención, están muy bien logradas poética y retóricamente:
Alrededor de la oscuridad el olor a sangre derramada con inocencia ocasionaba angustia y desesperación.
No había pasado ni la primera línea del manuscrito de Elisabet, y ya tenía yo marcada con rojo mi primera “objeción”, como se suelen interpretar las sugerencias de los editores. Eso de “sangre derramada con inocencia” no me sonaba muy congruente.
Pero ese era el lector-editor-corrector-tirano, y antes que editor o escritor, soy lector. Y por eso, como editor de un texto literario, asumo la misión de nunca dejar de ser lector en el más llano sentido. y hoy quiero hablar desde esa posición de lector, listo para disfrutar las bondades de un texto debutante y a tratar de darle el lugar que puede ocupar en el océano de la incesante creatividad literaria de la actualidad.
¿Qué pasa entonces con la sangre derramada con inocencia? Nada, le permití a Elisabet el beneficio de la duda, y proseguí con San Rafael.
Una aldea inventada
Como ya sabrán algunos que han leído el libro, y como nos lo compartió Iván Mimila, San Rafael es un pueblo inventado. Pero no me refiero a que Elisabet le haya dado vida mediante su imaginación, sino que es una población que no estaba en el plan. Es una especie de pueblo autógeno. Parece que un día, ahí donde no había nada, San Rafael se pensó a sí mismo y llegó a existir. No surgió de los sueños de nadie. Un buen día un grupo de inmigrantes franceses se vieron en la necesidad de solicitar la oficialización de su establecimiento, y ahí estaba: San Rafael había nacido.
Y la novela de Elisabet también es así. Parece haber surgido por su propia voluntad. A través de la pluma, San Rafael sale a la luz, pero ya existe desde hace mucho tiempo: en los relatos hogareños que nutren su osada creatividad, en su romanticismo intuitivo de mujer joven, en su pulsión de vida.
El misterio
Apenas olvido el detalle lógico de la primera línea y prosigo con la lectura de San Rafael, salta a la vista que la obra no sólo está bien escrita, sino que es consciente de sus genealogías, de sus deudas y de sus aficiones. Es la novela que narra la historia de una señorita francesa, Marie, que llega a un poblado franco-mexicano en medio de la confusión por la muerte de doña Salomé. Inmediatamente pienso en El tercer hombre, esa joya del noir, escrita por Graham Greene, en la que Joseph Cotten llega a la Viena de la posguerra a buscar a un amigo (interpretado por Orson Welles), al que no puede hallar.
Pero aunque lo primero que tenemos en la narración es un cadáver expuesto ante la mirada de los lugareños, y lo que sigue es la llegada de Marie, lejos de darnos una trama sintomáticamente policiaca, Elisabet nos estrella contra la innegable humanidad femenina, en los ojos de Marie, que da una descripción atrevida y descarada de Refugio, un morenazo local con el que trabará más que sólo palabras.
Pasan las páginas y el asesinato parece perder relevancia.
¡Fiesta!
Para recordarnos que el verdadero protagonista de esta narración es el poblado de San Rafael, en el primer cuarto de la obra Elisabet nos presenta la Feria (el antecedente del actual Carnaval de San Rafael). Y entonces, ocurre algo que podemos encontrar en casi todos los grandes autores latinoamericanos: la metamorfosis:
Marie, completamente extasiada de ver aquello, sonreía de una manera esplendorosa, de pronto su rostro brilló como nunca lo había hecho, sus cabellos rubios desprendieron un penetrante olor a rosas, sus ojos destellaron como dos rubíes finos y delicados, sus labios cobraron un color rojizo que se expandió hasta sus pálidas mejillas. Toda ella se transformó de un momento a otro; la fantasía del lugar había logrado penetrar no sólo en su corazón sino también en su cuerpo.
También somos testigos de la magia del ambiente, que modifica el sentimiento y el comportamiento. En un punto que, casi de modo transparente evoca a varios pasajes de Como agua para chocolate, “la gente, sin saber por qué razón, percibió un olor a rosas de amor, que hizo que todos comenzaran a bailar”.
La festividad generalizada que disipa la frustración, purifica a la gente de su odio y dispara el amor fraternal ya podemos encontrarla en George Orwell, con la Semana del Odio, en 1984.
Más lecturas
La mayor virtud de Elisabet es la prolijidad descriptiva. La ambientación de los lugares cerrados.
El sentirla tan cerca y oler el aroma de su rizado cabello, hizo que al instante Rosendo se enamorara de ella.
Elisabet también se fija, para la narración de las emociones amorosas, en la corporalidad de lo no corpóreo:
Fue una atracción carnal, no otra cosa. El escalofrío que Laura sintió recorrer su esbelto cuerpo la dejó sin palabras al mirar al joven abogado. Antonio tampoco pudo evitar que sus ojos se fijaran en la piel morena de aquella jovencita.
Toca al lector ver cómo se conjugan las motivaciones y las pulsiones de vida y de muerte en el camino de los diferentes héroes que tiene la novela, en sus diferentes niveles de heroicidad.
Podría seguir con muchos puntos en la novela que nos develan, más que a la escritora, a la lectora y a la observadora. Sus personajes son aparentemente muy sencillos: todos son bellos y radiantes. Manan la belleza de una raza transmigrada, pero preservada. Pero también son profundos. Tienen historias complejas, tristes, y algunas de ellas son casi imposibles de soportar sin perder la cordura.
Sólo quiero volver a lo que fue mi primera objeción como editor-tirano, el pasaje inicial que sólo cuando se llega al final de la novela se entiende no como el error aparente que haría caer en la trampa a cualquier impaciente que se aburre con dos páginas.
Alrededor de la oscuridad, el olor a sangre derramada con inocencia ocasionaba gran angustia y desesperación
Para mí, ese pasaje es la primera y más lograda muestra de la agudeza retórica mostrada en San Rafael. En esas primeras líneas la que habla no es Elisabet, la escritora, sino la abogada. Por lo tanto, no es un contrasentido que afecta el estilo lineal y ligero de la autora, sino la absolución del criminal.
* Texto de la presentación de la novela en noviembre de 2012 en la UAM-Azcapotzalco.
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